jueves, 11 de mayo de 2017

TLOQUE NAHUAQUE, Nelly Geraldine García Rosas



"Si quieres crear un pay de manzana de la nada, primero debes inventar
el universo..." - Carl Sagan.

I - El Acelerador de Partículas

Ellos crearon un templo subterráneo. Una torre de Babel hundida en el subsuelo a 175 metros de profundidad. Ellos querían, como los arquitectos Bíblicos, conocer lo desconocido, descubrir el origen, reproducir la creación.

El deseo de desenmarañar la naturaleza del todo flotaba permanentemente en el ambiente controlado del laboratorio. Cientos de ventiladores y máquinas emitían un zumbido constante, al cual los investigadores llamaban el "silencio del abismo"
.
Esto, combinado con el olor a hierro quemado daba la ominosa sensación de encontrarse uno en el espacio. El Doctor Migdal yacía en un nido de cables multicolores y -con los ojos cerrados- fantaseaba que su cuerpo, sin peso, flotaba, empujado por la brisa de la ventilación.

Algunas veces, él se imaginaba siendo atraído por un tubo muy angosto, un popote de cafetería, el cartucho de tinta de una pluma o una arteria sangrante. Sus pies, cerca del borde del conducto, sentían un peso titánico que lo jalaría y empujaría a través de la pequeña cavidad. Migdal podía ver como se volvería una gruesa hilera de partículas subatómicas que se extendería por siempre.

La mayor parte del tiempo, él se veía llegando lentamente a la unión del túnel circular que formaba el acelerador de partículas. Ante el acelerador, Migdal era diminuto. La maquinaria lo atraía suavemente, pero con tal aceleración que no perdió tiempo alguno en alcanzar la velocidad de la luz. Sabía que, mientras más rápido viajara a través del espacio, más lentamente lo haría a través del tiempo, de tal modo que, si miraba adelante, podría ver los rayos de las partículas que lo precedieron -enviadas durante la mañana, el día previo o el mes anterior- y si miraba atrás, podría ver lo que vendría -mañana, el día siguiente o el próximo mes.